La cultura política que nace tras la revolución de 1968 incorpora lentamente una variedad de formas de lucha, que desafía la antiguas jerarquías de métodos para conseguir los objetivos. Comenzamos a trabajar formas de acción no coloniales y no patriarcales, que pasan por no reproducir jefes/caudillos, ni enfrentamientos violentos que reproducen los modos de dominación.
Una actitud similar escuché en boca de los rarámuris en la sierra Tarahumara. Aseguran que ante cada embestida de los blancos, durante la colonia y la república, la estrategia fue huir, replegarse, abandonar el terreno para instalarse en lugares más seguros, hasta una nueva embestida. Desde la vieja cultura política llegué a pensar que se trata de una concesión a los opresores por no tener capacidad o la voluntad de enfrentarse.
Sin embargo, cuando la crisis de la civilización occidental capitalista es evidente, los pueblos están allí enteros en el sentido de que conservaron sus cosmovisiones, sus culturas, sus autoridades. Siguen siendo pueblos con las formas de vida propias como alternativa a la crisis civilizacional. Tuvo mucho sentido no haber hipotecado la existencia de los pueblos a unos guerras que no podían ganar, aunque para la cultura colonial/patriarcal se trate de cobardía o traición.